domingo, 9 de enero de 2011

¡No te enrosques!

BuenDía! Cómo están? Hoy vamos a hablar de un artículo que salió en el diario La nación de Buenos Aires, respecto a ese hábito horrible, que tenemos casi todos, incluida yo: darle vueltas a una idea angustiante, una idea que no nos hace felices, es definitiva: enroscarse!!!
" ¿Cuánto tiempo perdemos dándole vueltas a un tema en nuestra cabeza? Seis herramientas clave para no hacerte la película y angustiarte en vano
Empecemos por lo básico: “Enroscarem humanum est”. Parte del funcionamiento de nuestra mente tiene que ver con que los pensamientos se entretejen unos con otros sin darnos descanso. Más aun cuando nos pasa algo puntual y doloroso: nos chocan el auto, nos peleamos con nuestro jefe, nos queremos mudar y no podemos...
Como no sabemos cómo resolver el tema (más bien, creemos que no podemos resolverlo, o si de verdad es imposible, no nos bancamos ese fracaso y no queremos asumirlo), optamos por darnos manija, un poco de manera involuntaria y otro poco alimentando la verborragia mental.
Es, en realidad, un hábito bien arraigado: empezamos con un diálogo interno, se va potenciando cada vez más, nos ponemos una nube negra de sombrero y le damos rienda suelta a la negatividad: No sirvo, no sirvo para nada, voy a envejecer sola, voy a ser una anciano/a con tres gatos que lo encuentren después de una semana de haber muerto, bla bla bla, bla bla bla”. O, si somos más de tener una personalidad irascible (solemos enojarnos más que deprimirnos), repasamos cientos de veces lo mal que estuvo el otro, lo que “debería” haber hecho, porque era “lo correcto”, y hacemos jirones su valentía, su educación y su moral. Y la tragedia griega, al lado de nuestro drama, ¡se convierte en un poroto! Esta “acción virtual”, que tiene lugar sólo en nuestra mente, suele ser uno de nuestros deportes favoritos, aunque nos haga sufrir, nos canse y nos desgaste. Hay muchas razones para que eso suceda. Vamos de a poco deshojando la margarita.
Ilusión vs. realidad
Albert Ellis, uno de los referentes más importantes de las terapias cognitivo-conductuales, se ocupó de rescatar y señalar los pensamientos irracionales más comunes entre los seres humanos, como: “Tengo que ser amado y aceptado por toda la gente que sea importante para mí”, “Tengo que ser competente, adecuado y capaz de lograr cualquier cosa”, “Es tremendo y catastrófico cuando las cosas no van por el camino por el que a mí me gustaría que fuesen”, “Si algo parece peligroso o terrible, tengo que estar preocupado por ello y sentirme ansioso”, “Las personas y las cosas deberían funcionar mejor, y si no encuentro soluciones perfectas a las duras realidades de la vida, tengo que considerarlo terrible y catastrófico”, y la lista sigue...
Por ejemplo, él aseguraba que alguien que padece fobia social piensa que no le va a caer bien a nadie. Esta idea que lo angustia y le impide relacionarse con los otros tiene su raíz en la premisa ilusoria, antes mencionada, de que “tengo que ser amado y aceptado por toda la gente que sea importante para mí”. Entonces, hasta el mínimo rechazo se vive como algo insoportable. Esas construcciones mentales, que tenemos arraigadas a priori los seres humanos, terminan convirtiéndose en una máquina de fabricar películas mentales a las que llamamos “realidad” y que vienen acompañadas de un gran peso emocional.
El enrosque es, justamente, darle forma a la ilusión de todos o algunos de esos pensamientos irracionales que se arraigan en un mundo imaginario. Lo que imaginamos, las situaciones que construimos en nuestra cabeza, los diálogos internos; todo es parte de un discurso que nada tiene que ver con la realidad. En lugar de enfrentarnos con un posible fracaso o rechazo, preferimos quedarnos en la “escena mental” y en el papel de víctimas o vengadoras protagónicas.
Evitamos el dolor directo y construimos algo donde al menos la relación dura, porque estamos armando un mundo paralelo de suposiciones en el que todo continúa. A la vez, en lugar de sufrir, sin darnos cuenta, optamos por alargar el enojo porque nos da fuerza, nos pone activas. Nos seguimos sintiendo ganadoras, todavía hay resistencia para ofrecer: somos potentes, lástima que sólo a un nivel ilusorio.
En contraposición, la realidad es más compleja, repleta de emociones contradictorias, con sorpresas y fracasos. Cuando vivimos la realidad, el momento presente, es casi imposible irse por las ramas mentales del enrosque. No es lo mismo enfrentar el conflicto directamente: todo ese castillo de palabras y situaciones imaginarias se desmorona. Quedamos desnudos y vulnerables frente a un otro concretísimo, o una situación que demanda algo más simple: estar ahí, en el momento, intentando verbalizar la angustia y derrotando los fantasmas. Pero no es imaginario, es real. Y nos guste o no, vamos a tener que lidiar con eso.
Quizás, a la larga, podamos descubrir que los beneficios de no darse manija son que uno se vuelve más eficiente, más feliz y más bueno, con uno y con los demás. Por eso, pensando menos y yendo a lo concreto, acá van unas herramientas bien prácticas para intentar no dejarse seducir por la verborragia de nuestros pensamientos negativos creados en un mundo ilusorio.
Combatiendo el enrosque
Asumir que “shit happens”. Deberíamos encarar nuestra vida teniendo digerido que “shit happens”. En general, estamos convencidas de que las cosas deberían ser de otra manera, en lugar de aceptar que son lo que son. No nos permitimos decir: “Hay un margen de fracaso en todo. Si pasa, lo enfrento, lo sufro y aprendo la lección”. Punto.
En lugar de eso, nos enroscamos con la situación o la persona que no estuvo a la altura de nuestras expectativas. Una vez más, tiene que ver con un mundo irreal donde manda el “debería o quisiera”. Todo lo que Ellis sabiamente señaló: un mundo de supuestos donde asumimos que las cosas son “como Yo creo”; un mundo con metas demasiado altas, casi irreales.
¿En qué termina? En angustiarnos porque no toleramos las frustraciones y ya nos habíamos dibujado un mapa mental de cómo iba a ser todo. Mejor aplicar más pies en la tierra, más tolerancia a lo impredecible de la vida y a soltar todos los esquemas del “como yo quiero que sea”.
Repasar los supuestos fracasos.
¡Con objetividad! Hacer una lista de todas esas fallas o dolores que fuimos teniendo y evaluarlos de una forma más consciente y expeditiva. ¿Fue tan grave? ¿Lo pude mejorar? ¿Qué capitalicé de esa experiencia? Viéndolo a la distancia: ¿de verdad fue taaaaaannnn terrible? Honestamente, a la larga, ¿afectó tanto mi vida o pude superarlo y ya quedó en el pasado? Se trata de plantarse desde un lugar donde podamos encontrar perspectiva y ver las cosas más “como son”. Una vez más, una cosa es la “idea” de cómo creemos que son o deberían ser las cosas, y otra es sentarse frente a frente a lidiar con la realidad.
Tener un extra de autoestima.

En general, el enrosque tiene más lugar para tejer sus redes cuando estamos en un mal momento, o muy cansadas, o cuando se juntan varias situaciones frustrantes. Por eso, es bueno, cuando estamos bien, llenar nuestro tanque de reserva de autoestima. Yo valgo, pese a los pequeños embates de la vida, pese a que tenga que ponerme remos en lugar de brazos, pese a que haya otra gente a la que puede ser que todo le sea más fácil. ¡Yo valgo! ¡Yo soy valiente! ¡Yo puedo soportar un fracaso porque estoy más allá de eso, porque tengo muchos logros, mucha gente que me quiere, y porque soy muy valiente!
Recurrir al humor.
Desde ya, es algo que, cuando estamos tomados por la nube negra, es muy, muy difícil: reírnos de eso y de nosotras mismas. Por eso, está bueno tener una amigo con el que hagamos un pacto de salvataje y de humor. Una amiga que pueda escucharnos el enrosque y, en lugar de darnos manija para que eso siga creciendo, ayudarnos a recuperar el humor. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, esa amiga a la que, cuando te embarazas y engordas 8 kilos, puedes llamar deprimida y asustada, y que ella te cuente su experiencia graciosa: “Cuando yo fui al obstetra, le conté que me había tomado unas vacaciones en Mar del Plata. Parece que en esos días engordé bastantes kilos de un saque. Y él me dijo: ‘Todo bien, pero ¿qué te comiste, un lobo marino?’”.
Riendo juntos, nada se magnifica. En la realidad, nada es tan grave y estamos acompañados igual, sin tener que encerrarnos en un drama solitario o dar lástima para que los otros nos validen.
Confiar en el futuro y ser agradecidos.
Aunque no podamos contra eso, aunque por hoy nos demos por vencidos, hay que intentar confiar en que mañana podremos lidiar con eso; mañana podremos estar más fuertes y ver las cosas desde otro lugar. Agradecer también tiene lo suyo. En vez de engancharnos con la falla, con lo que nos decepcionó, podemos ver todo lo bueno que tenemos.
“No me puedo mudar, pero estoy enamorada, vivo con mi novio, planeamos casarnos. Hay gente que está sola...” “Mi jefe no me dio el aumento. En algún lugar se lo agradezco, es hora de que busque otro trabajo y empiece a mandar currículums ganadores a todos lados.” Al principio, puede ser difícil, puede ser medio forzado, como estar mandándoles una onda a los pensamientos, pero medio a regañadientes... Pero a la larga, funciona. La energía se renueva y empezamos a creer en eso, como antes creíamos en la película mental negativa. En definitiva, requiere mucha práctica. Ojo, que no es una herramienta para todos: funciona mejor en las personas muy tenaces y que están más dispuestas a ser felices que a tener razón.
Conectarse con el ahora.
Hay un dicho popular que dice: “No es propiedad del hombre hacer dos cosas al mismo tiempo”. Aunque lo hacemos siempre (manejar y hablar por celular, comer y contestar mails, cocinar y hablar con el teléfono inalámbrico enganchado entre el hombro y la oreja hasta que nos da tortícolis, etc.), si somos honestos, sabemos que cuando hacemos dos cosas al mismo tiempo, no estamos conectadas en profundidad con ninguna. Respirar hondo tres veces, aplicar alguna técnica de relajación o meditación, sentir los pies tocando la tierra; cualquier cosa que nos haga vivir el momento presente nos conecta con otra cosa.
Si estamos en el aquí y ahora, no podemos al mismo tiempo estar con el tango cerebral. Sólo hay que descubrirse cuando una está tarareando mentalmente: “Hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento... Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento. Después... ¿Qué importa el después? Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado; eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado como un pájaro sin luz”. ¡Basta de tango y a traerse al presente; de los pelos, si es necesario!
Y si nada funciona...
 Tampoco es cuestión de desanimarse. A veces, no podemos evitar regodearnos en lo que salió mal y llorar a moco tendido por lo mal que nos fue. Si intentaste todas las herramientas, probaste otras nuevas y nada funciona: ¡enroscate tranquila! Tomate el permiso para abrazar la almohada y llenarla de mocos (porque en esta situación extrema, se acabaron los pañuelitos de papel y estás solo en el mundo).
Hacé de tu mente el mejor plasma de 42 pulgadas y empezá a proyectar todas las imágenes y pensamientos posibles. En algún momento, llega el “the end”; todo termina, hasta la tragedia más trágica. Y ahí: ¡a otra cosa, mariposa!
De a poco
No hay fórmulas, recetas ni ejemplos a seguir que funcionen siempre y para todos. Hay enrosques más simples y otros más complejos. No se trata de deshacernos de lo que somos o de nuestros hábitos de un día para otro. Se trata de ejercitarnos, de estar alertas, de alivianarnos. Siempre de a poco. ¡No se trata de ahora enroscarnos porque somos enroscados!, sino, como una madeja de hilo, de desenroscarla con paciencia, con alegría, con espíritu lúdico. Al fin y al cabo, con esa misma lana es posible que terminemos tejiendo lo que de verdad queríamos.
¿Por qué nos enroscamos con el enrosque?
Porque nos pone activos y nos “evita” enfrentarnos con el dolor, la humillación, el mal momento.
Porque tenemos la ilusión de que nos estamos defendiendo.
Porque sirve para buscar gente que nos apoye y que se ponga en contra del “malo” de nuestra película. Es una forma de sentirnos acompañadas.
Porque creamos un “drama” del que hablar, analizar, ocupar tiempo, y quienes nos rodean tienen que prestarnos más atención que la habitual.
Porque parece que nos estamos “ocupando” del tema, cuando en realidad estamos ganando tiempo para evitar enfrentar la situación de verdad".
Y por qué nos termina haciendo más daño? Porque revivimos muchas veces lo mismo que nos está lastimando: pensarlo o relatarlo despierta los mismos circuitos cerebrales que cuando ocurre, una y otra vez.
Porque generamos toxinas en nuestra mente y porque se las pasamos a los otros.
Porque construimos explicaciones y planes de acción poco realistas: nuestro protagonismo empaña otros aspectos de la situación. Perdemos perspectiva.
Porque construimos un mundo imaginario rígido, en el que reinan los “debería” y “no debería”.
Porque nos paramos en el “no puedo soportarlo”, jugando el papel de víctima.
Les he dado todas las razones por las cuales uno no debe "enroscarse"
Espero que me hagan caso y hasta mañana
Cariños y sonrisas
Irene

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Cariños y sonrisas