Por años ha habido
una actitud de desconfianza hacia todas las personas que afirmaban “hay que sonreír siempre y sin importar con van las cosas“.
Mucha gente se preguntaba por qué estas personas, a pesar de todos los problemas que tenían que afrontar cada día, eran abanderadas de la bandera del “smile” y llegaron a la conclusión que, a fin de cuentas, adoptaban un comportamiento de circunstancia para aparentar algo que en realidad no eran.
Después de todo ¿si las cosas no andan bien, por qué sonreír y hacer como si nada? – se pensaba en aquel entonces.
Con el tiempo, y una buena dosis de sentido común, se logró entender la importancia de la sonrisa, en primer lugar desde del punto de vista fisiológico.
Según la PNL – Programación Neuro Lingüística – nuestra fisiología es tan potente que logra modificar nuestro estado de ánimo y un estado de ánimo positivo atrae hacia nosotros situaciones igualmente agradables.
No funciona al revés, es decir que no son los acontecimientos positivos que nos hacen sentir bien – al menos no en todos los casos – sino que estar bien que crea acontecimientos externos que nos hacen estar aun mejor.
Pero por desgracia, hemos crecido con la convicción opuesta. ¡La buena noticia es que nunca es tarde para cambiarla!
Cuando sonreímos, mandamos al cerebro una señal inequívoca: ¡somos felices, estamos bien y todo es como debería ser!
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Cariños y sonrisas