Sin embargo, muchos nos empeñamos en reprimir y esconder lo que sentimos, en un vano afán de que se vaya sin dejar rastro.
Hacer esto no solo empeora la situación, sino que provoca que poco a poco nuestra tristeza vaya echando raíces en nuestros pensamientos, de los se nutre y hace que crezca escondida.
La sociedad nos ha
enseñado a actuar de una manera “ideal”. Tan ideal que podemos considerarla
artificial.
Buscamos movernos en el campo emocional entre límites muy estrechos.
La risa, por ejemplo, es buena como señal de alegría; sin embargo, puede llegar a ser molesta e indeseable cuando toma matices estridentes o demuestra una contención pobre: ya sea por voluntad o por falta de autocontrol.
Buscamos movernos en el campo emocional entre límites muy estrechos.
La risa, por ejemplo, es buena como señal de alegría; sin embargo, puede llegar a ser molesta e indeseable cuando toma matices estridentes o demuestra una contención pobre: ya sea por voluntad o por falta de autocontrol.
Esta contención se lleva hasta tal punto que ni siquiera en el calor de nuestro hogar, en la más absoluta soledad, nos permitimos dar rienda suelta a lo que nos atormenta.
“Se vale estar triste a
veces, estar rotos de vez en cuando. Se vale no querer hablar con nadie. Se vale dejar
que el corazón llore hasta secarse. Se vale ser humano”-Anónimo-
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Cariños y sonrisas