Los investigadores coinciden en que la depresión es un trastorno muy poco atractivo: por regla general, no nos gustan las personas que están deprimidas. (Un disgusto que se extiende también a las personas angustiadas y a las que sufren el trastorno bipolar) En general las evitamos, porque nos bajonean.
Como escribieron los investigadores Chris Segrin y Lyn Y. Abramson en el descarnado lenguaje de la psicología académica:
Como escribieron los investigadores Chris Segrin y Lyn Y. Abramson en el descarnado lenguaje de la psicología académica:
'Una revisión de las investigaciones disponibles indica que las personas depresivas experimentan un rechazo formal de parte de quienes comparten su medio ambiente social y que por lo general la depresión es asociada con un deterioro de la conducta social'.
Lo cierto es que cualquier condición que provoque que una persona sea 'formalmente' rechazada por amigos y seres queridos merece ser estudiada; aunque más no fuese por esta razón, hasta la persona levemente depresiva haría bien en pedir ayuda.
Ser rechazados por aquellos que amamos y necesitamos, entre ellos nuestros hijos (un conmovedor estudio descubrió que los niños evitan el contacto visual con los padres depresivos) no es algo deseable.
Ser rechazados por aquellos que amamos y necesitamos, entre ellos nuestros hijos (un conmovedor estudio descubrió que los niños evitan el contacto visual con los padres depresivos) no es algo deseable.
Por lo tanto, seamos capaces de pedir ayuda (sin sentir que estamos locos o que solo los locos necesitan psiquiatras o psicólogos) y superaremos mucho mejor la depresión, que es una enfermedad como cualquier otra.
Cariños y sonrisas.
Irene
Cariños y sonrisas.
Irene
El problema es que los depresivos, por la razón que fuere, por la forma en que se conducen, son percibidos esencialmente como poco amables. Evitan las expresiones sociales positivas que la gente quiere y necesita: no sonríen muy a menudo, rara vez hacen algún gesto y responden las preguntas sólo después de incómodas y prolongadas pausas.
Su discurso es 'pobre': si hiciéramos un simple recuento del número de palabras que un depresivo pronuncia en una conversación y lo comparáramos con el número de palabras que emplea un no depresivo, veríamos que la cantidad sería mucho menor. También sus expresiones 'no verbales' son pobres: escaso contacto visual, tono de voz por lo general monocorde y demasiado baja. En la conversación asienten con la cabeza con mucha menos frecuencia que los no depresivos.
En conjunto, todas estas conductas, o no conductas, son interpretadas como una falta de capacidad de respuesta. Y a la gente, señalan Segrin y Abramson, le gusta que le respondan con un despliegue convincente de vivacidad, entusiasmo y atención, cualidades todas que a los depresivos y las personas retraídas les faltan.
Segrin y Abramson sostiene razonablemente que en el tema de la capacidad social y la depresión, la cuestión del huevo y la gallina puede responderse indistintamente. Existen pruebas que ponen en evidencia que una pobre dotación de destrezas sociales puede causar depresión (algo siempre peligroso en las formas leves del autismo y también en muchos casos del trastorno por déficit de atención), y que la depresión puede causar pobreza en las destrezas sociales. Lo interesante es que los investigadores razonan que la persona socialmente diestra que desarrolla un déficit temporario en sus destrezas sociales debido a su depresión puede tener el mejor pronóstico, porque en cuanto su depresión se disipa un poco, está en condiciones de recuperar su 'don de gentes' y beneficiarse con ello de las respuestas positivas de los demás que lo ayudarán a salir de su abatimiento.
Por su parte, el depresivo que sufre un déficit consuetudinario de sus destrezas sociales no podrá sino seguir creando situaciones en las que la gente lo rechazará, lo que le aportará nuevas razones para continuar deprimido. En ese sentido, una investigación llevada a cabo por D. F. Klein muestra que los depresivos crónicos difieren significativamente de los depresivos recurrentes en términos de dificultades sociales.
El estudio pone en evidencia que las personas que sufren depresión crónica y persistente no sólo están en peor situación desde el punto de vista de las relaciones sociales en la actualidad, sino que además en la adolescencia su adaptación social fue más pobre. En síntesis, los depresivos crónicos suelen tener problemas sociales que se remontan a muchos años atrás. Qué signifique esto en términos de tratamiento es algo que todavía no está muy claro.
No llama la atención que por lo menos dos estudios (uno llevado a cabo por el Instituto Nacional de Salud Mental) hayan concluido que la terapia interpersonal (que se centra en las relaciones) resulta más eficaz para el tratamiento de la depresión que la terapia cognitiva (que se centra en los pensamientos negativos del paciente).
Sin embargo, otros estudios han mostrado lo contrario, y un grupo de investigadores llegó a la conclusión de que la terapia cognitiva funciona mejor en los pacientes depresivos con tendencia a enfrentar los problemas con un sesgo intelectualizante, en tanto que la terapia interpersonal funciona mejor en los que enfocan la vida desde un punto de vista predominantemente afectivo.
Las opiniones varían. De todos modos, en lo atinente a las relaciones sociales, la lección privilegia la forma sobre el contenido: no perdemos amigos por 'pensar' negativamente, por el hecho de expresar pensamientos y temas negativos; perdemos amigos por 'actuar' negativamente, como cuando no dispensamos a los demás las sonrisas, gestos y miradas que les hacen sentir cómodos.
Casi todo el mundo puede reconocer una depresión hecha y derecha. Los síntomas físicos por sí solos, como pérdida de apetito y energía, indican al que la sufre que algo anda muy mal. Además, está en la naturaleza misma del trastorno que la persona clínicamente deprimida sienta que algo malo le está pasando, algo que nada tiene que ver con la gente y los hechos que la oprimen. Pero en el caso de la depresión leve es diferente. El gran peligro que entrañan las depresiones leves es que sus víctimas no se diagnostican a sí mismas; no se definen a sí mismas como depresivas.
Incluso puede ocurrir que no se vean como diferentes de los demás. Las personas con depresión leve suelen pensar que todo el mundo se siente como ellas; que, como el 90% del universo, están simplemente 'estresadas' o 'agotadas', o abrumadas por amigos, patrones o compañeros de pareja indiferentes. Sienten que el sentirse como se sienten y, a menudo, el actuar como actúan, está plenamente justificado, y no creen que deban someterse a un examen psiquiátrico.
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