lunes 8 de febrero de 2010
El lóbulo frontal fue la zona cerebral que se desarrolló más tardíamente en la evolución humana. Y tiene una capacidad mucho más grande en relación a los demás animales. En esta zona es donde se ha reconocido científicamente que reside lo que denominamos conciencia, entendida en su vasta extensión, así como los sentimientos, las emociones y todo lo relacionado. Acá, en esta zona del cerebro, es dónde se establece que también habita la felicidad y todas sus dimensiones. Muchos estudios se refieren a esta zona como la determinante para entender por qué somos como somos y nuestras diferencias con las demás especies. En unos estudios recientes se estableció al hombre más feliz del mundo (ya menciondo en un post anterior) al que activaba con mayor energía esta zona. La cuestión es que esta parte cerebral (desterrando la idea hasta hace poco vigente de que el cerebro es inadaptable), gracias a la desmostración de la idea de neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para replantearse sus funciones, se puede potenciar y desarrollar. La idea es que si esto es posible, el concepto de felicidad también es desarrollable. Muchos de mis post van en esa línea, en comprender que la felicidad parte de nuestra propia actitud. El hábito, entendido como apariencia, no hace al monje, pero la actitud de un monje crea a un monje. Igualmente, sin perder la perspectiva, y partiendo del principio de adaptación cerebral, la felicidad necesita un entrenamiento constante, porque si no, se estancaría, o lo que sería peor, se atrofiaría, y de ahí nacerían conflictos emocionales que podrían llegar a ser irreparables. La felicidad está en movimiento constante y de ahí su difícil interpretación racional y comprensión espacial. Se nos abre una nueva dimensión del concepto de felicidad y la de la forma de conseguir ese estado de conciencia interna.
Publicado por WIG
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Cariños y sonrisas