El último de los enemigos de nuestra autoestima, según Walter Riso, es el culto a la modestia que nos llevará a no valorar nuestros éxitos y esfuerzos.
No hablamos de alardear sobre nuestros logros y refregarlos en la cara a los demás, a lo que nos referimos es al autorreconocimiento del propio potencial, sin excusas ni disculpas.
¿Acaso nos avergüenzan nuestras fortalezas y virtudes?
La humildad nada tiene que ver con los sentimientos de ser menos que los demás o la baja autoestima: el verdadero humilde se estima a sí mismo en justa medida.
En “su justa medida”, que significa, ni desmedidamente, ni desconociendo las propias fortalezas.
La virtud no es ignorancia de uno mismo.
Si la modestia extrema se
interioriza y se incrusta en la mente como un supuesto valor, tendremos
dificultad para dejar avanzar nuestras capacidades de manera positiva.
Incluso
algunos se sienten culpables o incómodos de ser muy buenos en alguna
actividad y desarrollan lo que se conoce como la “falsa modestia”, que es peor, porque implica mentir sobre uno mismo.
Sin
vanidad ni egolatría, dejemos que nuestras virtudes sigan su curso: no
las disimulemos, disfrutémoslas, saquémosles el jugo, llevémoslas a cabo
con pasión, así se notan.
Cariños y sonrisas
Irene
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Cariños y sonrisas