En la tradición budista se describe los "tres venenos" que contribuyen al aumento del sufrimiento humano: el odio, el deseo o codicia y la ignorancia.
Estos venenos pueden ser más o menos importantes, en la medida en que los vamos cultivando en la vida cotidiana. Como la experiencia lo indica, estos venenos dependen en gran medida de las intenciones y acciones que cultivamos.
Como contrapartida a estos tres venenos encontramos tres antídotos que permiten neutralizar estos venenos. Estos antídotos, por la naturaleza misma de los estados emocionales, son incompatibles con los venenos, y en la medida en que los vamos cultivando y les vamos dando un mayor espacio, los venenos naturalmente tienden a disminuir, aumentándose así el espacio para el bienestar personal y de quienes nos rodean.
Como antídoto al veneno del odio encontramos el cultivo del amor y la alegría: en lugar de desear el sufrimiento de la otra persona, podemos desear activamente que todos los seres que nos rodean tengan una buena vida, disfruten de salud y seguridad y que sean felices. Y como somos todos interdependientes, si quienes nos rodean llegan a ser o son más felices, nosotros nos sentiremos más felices, abriendo entonces la posibilidad de apreciar y alegrarnos ante la alegría y los logros de los demás.
Un antídoto ante el deseo o codicia es la práctica de la generosidad y una actitud de apertura ante quienes nos rodean. Un sentido profundo de la generosidad es incompatible con ser egoístas. Cuando cultivamos una actitud de dar a quienes nos rodean, entregando y compartiendo lo que tenemos, no sólo nuestros recursos materiales, sino también compartiendo nuestro tiempo, afecto y presencia, tenemos la oportunidad única de ir desapareciendo la idea de un si mismo separado, idea que sustenta en gran medida el deseo y la codicia y por tanto también el sufrimiento. Ser generosos es permitirnos compartir con los demás lo que tenemos y abrir así un espacio para el intercambio recíproco entre todos los seres.
Finalmente, ante el veneno de la ignorancia, tenemos la posibilidad de cultivar una vida más atenta, consciente y despierta. Por supuesto, la ignorancia en este contexto no tiene nada que ver con saber o retener conocimientos, ni con el grado de educación formal que tengamos, sino que se relaciona con la ignorancia que viene de nuestro estado mental condicionado por nuestras propias ideas, cuando creeemos que la nuestra es la única verdad. También, es posible entender la ignorancia como un vivir sin darnos cuenta de la vida que está transcurriendo momento a momento, y estar perdido en distracciones; cuando estamos desorientados somos esclavos de los condicionamientos del pasado y/o de los anhelos del futuro. Un antídoto ante este veneno es ir cultivando una comprensión profunda, un vivir cada vez más presente y consciente, tanto de aquello que nos produce sufrimiento, como de aquellas semillas de felicidad, alegría, paz y descanso que están a nuestro alcance.
Esta metáfora de los venenos y sus antítodos es una gran simplificación de la práctica budista (en la cual se habla, por ejemplo, de 84.000 estados emocionales negativos y sus respectivos antídotos), pero puede resultarnos práctica.
Cuanto más practiquemos la amabilidad genuina, la compasión y el altruismo, más disminuirá el deseo de inflingir algún tipo de daño, nos sentiremos menos esclavos de las emociones destructivas y por lo tanto podremos disfrutar con más conciencia el sabor de la libertad, de sentirnos vivos en el momento presente.
Cariños y sonrisas, hasta mañana
Irene
Irene
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Cariños y sonrisas