Es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con
uno mismo.
Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si,
por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad. Hay
que contar con los defectos de las personas que tratamos –muchas veces están
luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de
educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia,
podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz
nuestro interés en ayudarlos. El discernimiento y la reflexión nos ayudará a
ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y
oportuno.
Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una
impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas
personas.
Hasta mañana, caroños y sonrisas
Irene
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Cariños y sonrisas