domingo, 24 de enero de 2010

EL PODER SANADOR DEL PERDÓN:

El perdón rompe todas las ataduras de la represión y la depresión. Libera la psique de los lazos del pasado. De hecho, yo considero al perdón como la esencia de la psicoterapia.
Como seres humanos que somos, todas nuestras limitaciones provienen de nuestra psique herida. Esta herida puede haber sido intencional o accidental, pero el hecho es que menoscaba nuestra vitalidad. La cuestión es que, si ha sido lo suficientemente grave, el trauma invade toda nuestra vida... y la arruina.
Somos criaturas diseñadas para absorber y transmitir amor, y cuando resultamos víctimas de un acto ofensivo, cuando algo o alguien ensombrece nuestra capacidad de amar, sangramos.
Los territorios en guerra, las cárceles, las instituciones mentales, son los sitios donde se reúnen los heridos. Allí es donde la sociedad envía sus almas rotas. Aquellos que recuperen su capacidad de amar, emergerán de esos lugares de desolación. Quienes conserven la amargura, nunca saldrán de esas prisiones, aunque hayan sido liberados físicamente.
Las personas que se mantienen enteras están consagradas a su capacidad de amar. No son capaces de matar, herir, dañar o mutilar a otro porque no han perdido su poder de ponerse en el lugar del otro. No utilizan su ideología para hacer daño a los demás, no importa cuán arraigada pueda estar esa ideología en sus tradiciones. Ninguna ideología supera a sus ideales de amar y servir al prójimo.
La cura para superar las heridas psíquicas es el perdón. Cuando perdonamos, expresamos compasión y liberamos nuestra bondad. Cuando usted perdona, el poder de su amor se extiende para sanar la imagen, el recuerdo o a la persona misma que dañó su autoimagen en el pasado y que le inculcó la falsa convicción de que usted se hallaba disminuido, debilitado y apresado.
Los que han sido heridos, a su vez devuelven el golpe hiriendo a otros. Extienden sobre otros la sombra de su propia pena. Desperdigan el desamor que parte de su psique maltratada. Se convierten en hilos conductores del veneno que ellos mismos odian.
Toda forma de malicia, mala voluntad y crueldad disfrazada bajo el nombre de algún noble ideal, surge de aquellos que hablan en nombre de su propia rectitud; la crucifixión de Cristo no habría ocurrido jamás de no ser por el sentido distorsionado de lo que es correcto que ostentaban sus perseguidores.
Si una acción es cruel, no hay nada en el mundo que la justifique, puesto que hacer daño a otros es dañarnos a nosotros mismos. Sembramos pena a nuestro paso. Derramamos dolor ante nosotros.
¿Cómo perdonar lo imperdonable? ¿Cómo desprender el cuchillo de la mala voluntad clavado en nuestros corazones? ¿Cómo liberarnos del resentimiento que nos ha atormentado durante años?
Puede hacerlo comprendiendo que el perdón es curativo para usted. Corta las amarras del karma. Es un acto de amor a sí mismo. El perdón cura la pena, trae reconciliación a lo que se ha quebrado dentro de uno, y hace posible la sanación.
Un acto de perdón puede ser silencioso. De hecho, tiene poco que ver con la otra persona. No importa si ésta se entera o no de la liberación que usted experimenta cuando se despoja de su ira, alimentada durante tanto tiempo que ya no recuerda ni cuándo comenzó.
Cuando usted perdona, libera... se libera a sí mismo. Se libera de sus lazos con la pena. Se libera de la aversión que aquel acto doloroso le causó. Y cuando logra ésto, ocurre algo mágico: usted se siente libre.
No interesa en absoluto si la otra persona o el suceso penoso merecen su perdón. Se trata de que usted se desprenda de su propia telaraña de negatividad. Cuando usted perdona, restaña la herida. Cuando olvida, abre su corazón y recobra su capacidad de amar. Y cuando usted aprende a amar, su vida se abre de par en par a un sueño glorioso. La pregunta nunca es si usted debe o no debe perdonar... en vez de ello, la pregunta siempre será ésta: ¿no se merece ser feliz ahora dejando el pasado atrás?

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Cariños y sonrisas