Tras todo este tiempo de confinamiento, cuando las medidas, se supone, van a empezar a relajar y va a ser posible salir a la calle respetando las medidas de seguridad, algunas personas no disfrutan de la vuelta a los café y los paseos, sino que sienten miedo o rechazo a la idea de salir a la calle.
Es lo que se conoce como el síndrome de la cabaña; que es conjunto de síntomas relacionados con la ansiedad.
Según los estudios de psicología clásicos, estas manifestaciones son habituales en gente que ha pasado mucho tiempo en situaciones de aislamiento, como plataformas petrolíferas o submarinos.
Los seres humanos tienden a crear rutinas para manejar mejor las situaciones desconocidas. Por eso, mientras que en los primeros días no poder salir a la calle producía desasosiego, ahora que la mayoría se ha acostumbrado a estar en casa, se produce el efecto contrario.
Además, la expansión de la enfermedad ha generado una inseguridad mayor al que había antes del confinamiento y salir a la calle implica exponerse a ella.
“El hogar es un refugio ante este marco general de incertidumbre, donde se buscan espacios que apelen a la seguridad y al control”, Laura Solana.
Los individuos que ya contaban con una base ansiosa es más posibles que padezcan estos síntomas, ya que tienen tendencia a generar pensamientos circulares negativos, como una rotonda de pensamiento catastróficos,del cual no se puede salir y la sobreexposición a la información durante estos días contribuye a alimentar el pensamiento circular y, por tanto, a generar más ansiedad.
Se da sobre todo en aquellos que sufrían patologías previas, como la depresión, la agorafobia (miedo a los lugares abiertos) o la ansiedad social o por la salud (hipocondría).
Y puede darse también en aquellos que han pasado el confinamiento solos y no han tenido que realizar salidas rutinarias, como acudir al centro de trabajo, pueden presentar mayores problemas al volver a la calle, porque se sienten desprotegidos.
La alerta constante que se ha recibido durante este tiempo también han exacerbado el miedo al contagio que, además, puede volver a crecer con la relajación de las medidas.
“Ahora hay mucha gente que tiene sensación de descontrol, de que esto se nos puede ir de las manos. La percepción de los otros como un peligro es algo que todavía durará un tiempo y producirá un cambio de hábitos”, Pino.
Para superar los temores, los expertos coinciden en que, como sucede con todos los miedos, lo mejor es enfrentarse a él.
“En el corto plazo, permanecer en casa produce una sensación de alivio y de falsa seguridad, pero en el largo, la percepción de miedo se va instalando y las limitaciones se acrecientan” (Solana), quien distingue entre los temores de adaptación que se van superando y los patológicos, que limitan o incapacitan.
“No pasa nada por tener miedo, pero hay que intentar que este no te secuestre”,
“Si empezamos a dejar de hacer cosas por el miedo, poco a poco iremos cediendo parte de nuestra vida personal y es posible que acabemos generando un cuadro de ansiedad más grave al inicial”.
La vuelta debe hacerse de manera gradual, aunque sin postergarse demasiado: empezar por reencontrarse con personas más cercanas y realizar salidas para hacer actividades gratificantes, pues esta motivación ayuda a contrarrestar el miedo.
En este sentido, las medidas de protección previenen los contagios y tienen un efecto psicológico: “La mascarilla y los guantes sirven como una prolongación del caparazón que se tiene en casa”.
Hay que tomar todos los recaudos y vencer el miedo a salir
Cariños y sonrisas
Irene
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Cariños y sonrisas