El rencor no es un sentimiento agradable. Cada vez que pensamos en la persona o en la circunstancia que lo provoca, volvemos a experimentar todas esas sensaciones desagradables que originalmente vivimos: ira, impotencia, frustración, dolor, ansiedad... Esa carga tóxica inunda nuestra mente y recorre nuestro organismo, y no hay que decir que esto no conduce a la felicidad, sino todo lo contrario: nos llena de amargura.
¿Imaginamos los estragos que esto causa en nuestra salud? Presión arterial elevada, dolor de cabeza, indigestión, calambres causados por la tensión muscular... Esto es solo parte del precio que pagamos al no perdonar.
Pero nada se compara con el daño que nos causamos en el plano emocional, porque el odio y el rencor apagan el espíritu; nos quitan la energía vital positiva.
Irónicamente, por ellos seguimos siendo una víctima —esta vez voluntaria— de aquello que tanto nos hirió en el pasado.
Como explica Caroline Myss, autora del best seller "Anatomía del espíritu": mantener vivo el rencor es como si nos hubieran hecho una herida física, que ya hubiese sanado, y a cada momento volvieramos a abrirla, para sentir lo terrible y dolorosa que fue. Por algo dice un viejo proverbio chino: ‘La persona que quiere venganza, debe cavar dos fosas’.
Hasta mañana, cariños y sonrisas y buen domingo
Irene
Hasta mañana, cariños y sonrisas y buen domingo
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Cariños y sonrisas